Ferdinand de Saussure, uno de los lingüistas más influyentes del siglo XX afirmaba que el lenguaje es multiforme y heteróclito (ignora toda regla), y que se puede entender como la suma de la lengua y el habla.
En ese sentido, consideraba que la lengua es de carácter social, es decir, se establece como un código y sólo puede ser registrada pasivamente por el individuo. El habla, en cambio, es un acto individual y volitivo (voluntario), se determina a partir de las combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza ese código (que es la lengua) con miras a expresar su pensamiento personal.
Por otra parte está Guillaume, quien sostiene que el lenguaje debe ser entendido como la adición entre la lengua y el discurso. Ahí surge una importantísima pregunta: ¿Qué se entiende por discurso? Una de las definiciones que éste propone indica que el término consiste en una construcción a la cual nosotros procedemos en el momento o bajo el impulso de la necesidad, cuando tenemos cualquier cosa que decir. En consecuencia, en ausencia de la intención de querer decir algo, no hay discurso.
Mientras el habla es esa materialización individual del lenguaje, la esencia del discurso reside en la posibilidad del sujeto pensante y parlante de elegir entre las formas que el sistema (la lengua) le ofrece. Por tanto, ésta debe definirse como una institución constante de los recursos de expresión de los que el sujeto (aun en silencio) dispone.
En resumidas cuentas, se podría afirmar que la lengua preexiste al discurso y representa su anterioridad. No obstante, la relación entre lengua y discurso también es susceptible de ser analizada diacrónicamente. La lengua es la condición permisiva para el discurso, pero también es un producto, es decir, se construye, reconstruye y se modifica diacrónicamente.