Así es, este que ves aquí, soy yo. Amante de lo clásico y la naturaleza. Desde pequeño supe −y como afirmaba Paul Eluard− que existían otros mundos, pero que me encontraba en éste y debía hallar la manera de acceder a los demás.

Fue entonces cuando descubrí el primer mundo que desconocía: el de “El Principito”, mi afán por conocer aquel extraño planeta que narraba Saint-Exupéry, hizo florecer un marcado interés por la lectura que, luego se convertiría en la principal forma de escape al mundo tradicional. Las páginas se convirtieron pues, en las únicas llaves de acceso al universo de lo desconocido. Me di cuenta de que, en cada viaje me iba con la mente cerrada, las manos vacías y el corazón pequeño, pero que regresaba con ella más abierta, las manos llenas y el corazón más grande.

Y, ¿Sabes qué? Nunca he querido renunciar a esas llaves ¿Quién encontraría la llave de un valioso cofre y la arrojaría al olvido? ¡Nadie! ¿Cierto?

Sin embargo, no me describiría como un buen lector, (ello implicaría una serie de características que de seguro no poseo) y mucho menos, un buen escritor. Simplemente, me considero un coleccionista de letras que, en ocasiones escribe palabras y en otras, les da vida. Y pues, aquí me encuentro, intentando jugar con ellas. No para hablar de las emociones mientras lo haga, sino más bien, para hacerlas florecer durante el verso; porque, sin lugar a dudas: “el adjetivo, cuando no da vida, mata”.